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sábado, 27 abril, 2024
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RECORDANDO LA ANTIGUA SEMANA SANTA

José Puche Forte

Aquellas Semanas Santas que conocí de niño en la dura posguerra, eran muy diferentes a estas de hoy. También lo era el pueblo. El ver pasar aquellas sangrantes imágenes por las calles casi a oscuras, debido al escaso alumbrado eléctrico, imponía. Sólo las luces de las velas parpadeantes de sus faroles iluminaban aquellas tétricas figuras, causando un gran respeto. La mayor parte de las personas que contemplaban la procesión vestían de oscuro. Las mujeres, con sus faldas casi hasta los pies con las cabezas cubiertas por negros velos. Todo ello envuelto en un gran silencio. Sólo se escuchaba el rumor apagado de las conversaciones, el arrastrar de los pies de los seguidores y algún que otro suspiro. Por aquellas calles de tierra sin asfaltar que hacían tambalearse las imágenes de las carrozas con algún que otro crujido y los toques algo lejanos de cornetas y tambores, ayudaban a crear un ambiente sombrío de gran recogimiento, ya que los que la contemplaban guardaban gran reverencia al paso de la imágenes, pues había mucha más devoción que en estos tiempos. Lo que hacía recordar aquella “España Negra” que nos mostraba el pintor Gutiérrez Solana. Sólo los chiquillos con su alegre rebullir rompían el silencio.

En aquellos años de posguerra había falta de trabajo, escasez de alimentos y mucho miedo a las represiones. El pueblo no estaba para procesiones y el antiguo patrimonio que la Semana Santa tenía había sido destruido casi en su totalidad. Apenas quedaba alguna imagen y las carrozas estaban inservibles. A pesar de todo, con el esfuerzo y la constancia de algunas personas, en 1939, se intenta celebrar las procesiones. En la tarde del Miércoles Santo se hizo el traslado de la Virgen de las Angustias, imagen que logró salvarse, desde la Iglesia de San Francisco a la Basílica acompañada por las cofradías de la ciudad y numeroso público y el Viernes Santo llegó a celebrarse la procesión de la Soledad con una pequeña imagen de la Virgen de los Dolores que estaba oculta en la finca de la “Casa Cuatro Ojos”, recorriendo su itinerario.

Esto levantó los ánimos y en 1941se constituyó de nuevo la “Junta Organizadora de la Semana Santa” con el principal objetivo de hacerla resurgir con el esplendor que antes tenía. Se fueron comprando algunas imágenes de pasta madera de los Talleres de Arte Cristiano de Olot (Gerona) con el escaso dinero del que se disponía, como las del Ecce Homo, el Cristo amarrado a la columna, la Caída y poco más. Algunos aún participan en la actualidad en los desfiles procesionales. Se restauraron algunas carrozas y se organizó el Cabildo. A partir de 1942 esta empezó a coger impulso. Se fueron comprando buenas imágenes de talla de los escultores de entonces y la Semana Santa, año tras año, fue mejorando.

Para alegrar tanta tristeza y dar paso a la juventud se organizaron las bandas de cornetas y tambores, cuyos promotores fueron el cura don José Contreras, Juan el de la imprenta y Juan Jesús “Morterico”, tres enamorados de la Semana Santa yeclana. Aquellas bandas se hicieron célebres y dieron un gran ambiente a las procesiones. Estas fueron el germen de las que hoy tenemos. Algunos de sus componentes fueron famosos como Juan “el Penca”, “el Calero”, “el Chato Egea”. “el Diablico”, “Silvio el hojalatero”, el tuerto el fotógrafo, “el Koki”, Pepe “el cojo” y otros, en la de Contreras. En la de Juan el de la imprenta , o del Ecce Homo destacaron Pepe “Sabañones”, Perico Bañón, “el Colito”, “el Secre”, Martín “el legionario”, Abellán, Cristóbal “el leñaor”, “los Frigues”, “el Ilustre”, y también Pepe Bañón y Silvio. Esta banda no era muy numerosa y con los años llegó a desaparecer, resurgiendo de nuevo y hoy por hoy, son el orgullo del Ecce Homo.

En cuanto a la del Cristo de la Columna, más conocida por la de “Morterico” , hombre que dedicó su vida por entero a la Semana Santa, desviviéndose por su Cofradía, su banda fue una de las más numerosas y duraderas, pues estuvo saliendo a la calle hasta poco antes de que falleciera Juan Jesús en el 2004. Esta se hizo célebre por su “Rueda del caracol”, que se realizaba en varios lugares. Esta aún se práctica por los romanos del Ecce Homo. Fueron sus componentes más célebres Juan López “el Cojo”, Silvio el hojalatero, que nos dejó sus atractivos cascos de romano, entre otras cosas. También estuvieron José Bañón, el Ñoño y otros. Mucho más se podría contar de estas bandas de cornetas y tambores.

Aquellas bandas nos atraían tanto a los niños de entonces que apenas tapaban las imágenes de las iglesias en la Cuaresma, nos juntábamos ‘en caterva’ a celebrar nuestra Semana Santa. Pedíamos botes por las tiendas y hacíamos nuestros tambores que golpeábamos con palos. Los que no tenían trompetas, las sustituían poniéndose el puño en la boca para imitar su sonido. Un trozo de tela vieja de vivo color nos servía de capa y para gorro bastaba una simple hoja de periódico y con gran algarabía y estruendo íbamos formados por las calles. Qué entrañable era aquella “Semana Santa de los botes”. Nos lo pasábamos en grande. El poder entrar en una banda era en verdad un gran orgullo.
Aún me acuerdo de aquellas mangueras que se utilizaban para darle luz a las carrozas, enchufándolas en las esquinas y cambiándolas a lo largo del recorrido, y de cuando la procesión del Jueves Santo pasaba por la carretera empedrada del Camino Real.

El Domingo de Ramos con hojas de palma tejíamos coronas, cintos, anillos, espadas…. Participábamos en la de “los Farolicos”, íbamos a los traslados del Miércoles Santo. Jueves y Viernes Santo no hacían cine. Veíamos “la Cortesía” que se hacía antes de las nueve de la mañana. Después se subía al Castillo para contemplar “la rueda del caracol” que hacían los romanos de “Morterico”. No veíamos la Procesión del Silencio ni la de la Soledad pues se hacía a la una de la madrugada. Recuerdo que la Procesión del Santo Entierro era escoltada por la Guardia Civil vestida de gala, acompañada de numeroso público alumbrando con velas. El Domingo de Resurrección era cuando mejor lo pasábamos, cogíamos caramelos y aquellas aleluyas que tiraban desde la torre de la Iglesia Vieja, con las que después jugábamos al “Santo y papel”. Así era la Semana Santa que vivíamos en nuestra época de niños.

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